26 de noviembre. SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
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PRIMERA LECTURA.
Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 92.
Antífona: El Señor reina, vestido de majestad.
El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor vestido y ceñido de poder.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin
término.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8.
Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos,
el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos amó,
nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en
un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y
el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también
los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán
por su causa. Sí. Amén. Dice el Señor Dios: «Yo
soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 18, 33b-37.
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú
el rey de los judíos?»
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta
o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judíos? Tu gente
y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué
has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para
que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo
para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo
de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
COMENTARIO A LA PALABRA:
Un rey desarmado
En los evangelios, Jesús nunca toma la iniciativa para proclamarse Cristo o Hijo de Dios, títulos con los que los cristianos le confesamos hoy. Él prefería llamarse a sí mismo el Hijo del Hombre, una expresión que, si bien puede entenderse como un simple circun-loquio para el pronombre de primera persona del singular, hace también referencia a la misteriosa figura que aparece en el texto que hemos proclamado del libro de Daniel.
Este breve texto se encuentra al final de una sección que narra la visión de las cuatro bestias. En ella, cuatro animales monstruosos salen del mar, cada cual más feroz y cruel que el anterior: el primero es como un león con alas de águila; el segundo es semejante a un oso; el tercero es descrito como un leopardo alado de cuatro cabezas. De la cuarta y última bestia se dice que es “terrible, espantosa, extraordinariamente fuerte” (Dn 7,7).
Se cree que el libro de Daniel fue compuesto en los años 160 a.C., durante la persecución religiosa del régimen de Antíoco IV Epífanes contra los judíos. En el contexto de aquella prueba, esta visión de las cuatro bestias es una alegoría: Cada bestia simboliza uno de los imperios sucesivos que han dominado Israel y el Oriente Medio en los siglos anteriores a la composición del libro. El imperio babilónico, el persa, el medo y, finalmente, el imperio seléucida de Antíoco IV son representados como monstruos sanguinarios. De este modo, el autor viene a decirnos con el poderoso lenguaje de imágenes apocalípticas que nuestra Historia ha sido y es una Historia de bestias.
Desgraciadamente, la historia de Israel en los siglos anteriores a Jesucristo no es la única historia de bestias que ha conocido la Humanidad, ¿no fue bestial también la Historia europea del siglo XX, con su Reich, su Imperio soviético, sus dos Guerras Mundiales? ¿No es una historia de bestias el saqueo colonial y neocolonial de África? “[La cuarta bestia] tenía enormes dientes de hierro, comía y trituraba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas” (Dn 7,7).
Pero la visión apocalíptica de Daniel no se detiene ahí. Apocalíptico en la Biblia no quiere decir “catastrófico” sino “revelador”. En medio de una situación de grandes dificultades, la visión anuncia una esperanza: las cosas pueden cambiar y van a cambiar. “Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre... Le dieron poder real y dominio”. Al final triunfará el ser humano, el Hijo del Hombre, la última palabra sobre la historia no la dictará la brutalidad de los violentos. Jesús se identificó con este “Hijo del Hombre” que viene a poner humanidad en una Historia dominada por bestias.
La mayor perversión del cristianismo que puede concebirse sería un reinado de Cristo a lo bestia, un Cristo Rey que imperara con las misma violencia, la misma represión e igual terror. Trágicamente, esta perversión no se ha quedado en mera posibilidad.
ontemplamos con horror que en la historia del cristianismo se ha hecho uso del nombre de Dios para ejercer el poder al estilo imperial, en nada distinguible de la tiranía y la represión que denunciaba Daniel casi dos siglos antes de Cristo. La Iglesia, que nació como una secta perseguida por el Imperio, también aprendió a perseguir.
Venerar un Cristo que tiene legiones como los emperadores de Roma y que ordena y manda como los reyes de la tierra es quizás la peor blasfemia imaginable, pues invierte el sentido de la realeza de Jesús. ¡Pero en este país hemos tenido hasta una banda terrorista llamada Guerrilleros de Cristo Rey!
Sin llegar a tan bestiales extremos, cuando proyectamos sobre una imagen de Dios nuestros deseos de grandeza o nuestros sueños infantiles de omnipotencia, decimos adorar a Dios, pero lo que hacemos es dar culto a un fantasma. Un fantasma, que como las bestias de la visión de Daniel, termina por tiranizarnos y embrutecernos.
En el evangelio de hoy, Cristo está en pie, desarmado, frente a Poncio Pilato, el representante de la autoridad imperial, el hombre que va a condenarlo a muerte. Y ante este personaje revestido de poder, pero patéticamente débil como persona –al final claudicará ante la presión de las masas, aun cuando sabe que Cristo es inocente?, Jesús se muestra libre. Ante un Pilatos preso en las mismas redes que le sostienen en el poder, contemplamos a Cristo, que dice sin tapujos lo que piensa.
Pilatos y Jesús encarnan dos formas opuestas de entender el poder, dos modos contrapuestos de realeza. Pilatos está encaramado en un poder edificado a base de miedo y manipulación, tejido con los lazos de las falsedades mutuamente consentidas, de los silencios cómplices; este poder mantiene en su prisión incluso a los mismos que parecen ser, como Pilato, de los que ordenan y mandan. Finalmente la bestia se quitará su máscara y descubrirá su rostro violento y criminal.
El “diálogo” entre Jesús y Pilatos parece inteligente y civilizado, pero su finalidad no es el entendimiento, son palabras vacías que no cambiarán el curso criminal que están tomando los hechos. Pero Jesús no se calla, dice su verdad incluso cuando es consciente de que sus palabras serán utilizadas contra él por un hombre que no arriesgará un ápice de su poder para salvar a un inocente.
Y así, inocente, desarmado, libre, Cristo nos muestra su realeza, sí, Él es Rey, pero no como los tiranos que manipulan y oprimen, que ejercen el poder subidos en su tarima. Al afrontar un juicio injusto y una muerte en cruz, Cristo se solidariza con todos los desposeídos, los injustamente tratados, los calumniados, los olvidados. Y desde ahí abajo nos transmite su fuerza y su energía. Con su muerte, tocará fondo, y en ese fondo, la Humanidad se encontrará con el Dios que resucita.
El que dijo de sí mismo que había venido a servir y no a ser servido, nos muestra el poder de Dios, un poder diferente, pues se trata de un Dios diferente, el Dios vivo. Este poder trae la redención a todos los que de algún modo nos sentimos atrapados en lo que no funciona, pues nos libera de la maraña de un poder que nos enreda.
Hoy están de fiesta las víctimas de cualquier violencia,
porque Cristo Rey se muestra públicamente a su lado, desarmado
y victorioso. En el último día del año litúrgico,
la Iglesia se adelanta a ese último día de la Historia en
el que el Hijo del Hombre recibirá de Dios todo poder y gloria.
Ese día, unidos a todas las víctimas y los oprimidos, cantaremos
el Espiritual Negro: “¡Libres por fin! ¡Libres por fin!
¡Gracias a Dios todopoderoso, somos libres por fin!”