28 de noviembre.
Primer Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 2, 1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.  Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.” Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.                          

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 121.

Antífona: Que alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”.

¡Que alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”!
Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén: “Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios”

Por mis hermanos y compañeros, voy a decir:
“La paz contigo”.  Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 13, 11-14a.

Hermanos:

Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.  La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.  Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias.  Vestíos del Señor Jesucristo.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24, 37-44.

En aquél tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

Comentario a la Palabra:

“La Gente comía y bebía y se casaba”

Y ¿qué mal hacían?  Gracias a Dios, o mejor gracias a Noé, la humanidad no fue barrida de la faz de la tierra.  La intención de Dios, “arrepentido de haber creado a los seres humanos” (Génesis 6,6), era haber acabado con todos.

¿Por qué, cuando ya las calles se adornan para celebrar la Navidad, en las iglesias nos toca leer evangelios que encogen el alma con el anuncio del fin del mundo?  Más de uno verá reforzada la falsa creencia de que efectivamente el fin del mundo se acerca.  Faltan solamente dos años para ese 21 de Diciembre de 2012 que pondrá fin a nuestra aventura en este planeta.  De poco ayudará la salvedad de que el mensaje del evangelio no tiene nada que ver con esas previsiones.  Que propiamente se trata de “la segunda venida del Señor”. Pero pocos alcanzan a entender qué es esa segunda venida, cuando ya la primera a duras penas la aclaran los teólogos que más saben.  Si el evangelio hubiera dejado en paz esa tecla, el mensaje de Jesús al comenzar el Adviento no vendría hoy a meternos más miedo en el cuerpo sino a reavivar nuestra esperanza.  En vez de un toque de prevención y de alarma, hoy escucharíamos ya un repique de fiesta, el que se espera de las campanas de Navidad.

Es el mensaje ilusionante de la primera lectura, que en este domingo comunica el auténtico evangelio, la buena noticia de verdad.  Una visión que ha encendido la esperanza en quienes la han venido escuchando a lo largo de los siglos.  Y que nos resulta aún tan imposible como cuando un gran poeta, profeta, la soñó y la puso por escrito.  Debió ser una visión tan exagerada para su mismo pueblo que otro profeta, Joel, nos quiso arrastrar en dirección contraria:  “Declarad la guerra santa ... De los arados haced espadas; de las podaderas, lanzas” (Joel 4,9-10).  Era el camino de las gentes perversas, el que casi siempre ha preferido la humanidad.  También el pueblo que, escuchando a ambos profetas, tenía ante sí la vida y la muerte.  Pero ganó la visión de un futuro de paz.  En otra colección de oráculos atribuida a Miqueas, profeta contemporáneo de Isaías, se recogen casi tal cual las palabras de paz (Miqueas 4,1-5).  Con una corrección que tiene su importancia.  Ya no se difiere esa visión ilusionante para “el final de los tiempos”, como dice la traducción que hoy escuchamos.  El hebreo original sitúa ese horizonte de paz en nuestro futuro, be’ajarît hayyamîm, dentro de nuestra historia.

En todo caso, no es algo que sólo cabe esperar para cuando concluya este acto del teatro del mundo, sino un programa ideal que hemos de actuar ya ahora.  De hecho la frase final, “casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor”, inspiró a uno de los grupos más activos en el retorno a Sión, a finales de la Segunda Guerra Mundial.  De ahí se formó el acrónimo del movimiento Bilu.  El oráculo es como una orden para ponerse en marcha: “confluirán, caminarán, venid, subamos, marcharemos, ven, caminemos”.  Si mantenemos ardiente la llama del deseo, responderemos a esa múltiple invitación.

“Estad en vela”, “estar preparados” es el mensaje del evangelio.  “Nuestra salvación está ahora más cerca”, dice el texto de la carta a los Romanos. Ése es el tono que hoy corresponde.  En el mundo siguen las guerras y aumenta de manera alarmante el arsenal militar.  Pero no es razón para dejar de lado la causa de la paz.  Siendo un ideal tan alto y tan alejado del interés de los violentos y de quienes se enriquecen con el tráfico de guerra, nunca lo debemos abandonar.  Claro que es mucho más de lo que cada uno puede hacer.  Ni siquiera todo el mundo cristiano que va a celebrar la Noche de Paz puede hacer realidad lo que soñó Isaías.  En Irak, en Egipto, en muchas otras naciones, los cristianos perseguidos tendrán que tararear a media voz su esperanza de vivir seguros en sus palacios, esto es, en sus iglesias.

El Señor vino a los suyos en una de las épocas más violentas de la historia judía.  “En tiempos del rey Herodes”, recuerda san Mateo, el evangelista que vamos a leer este año.  Así comienza el relato de la llegada de los Magos a Jerusalén (Mateo 2,1).  Los Magos se entrevistaron con uno de los tiranos más crueles de la historia.  Ellos buscaban al verdadero “rey de los judíos”, el que vendría a reforzar el evangelio de paz del profeta Isaías.  Contra la brutalidad de un tirano sin entrañas, un sueño de magia oriental.
Es el sueño que también este año perseguimos.  El sueño del Rey de la Paz, del Niño nacido para asegurar un futuro distinto a los niños que sueñan ya en sus reyes y en su Navidad.  Él da sentido de fiesta a este Adviento que ensancha nuestro corazón para hacer un lugar a la alegría de celebrar un año más su Nacimiento.

Pero hemos de trazar nuestro programa personal para que el Adviento tenga un significado real en nuestro camino hacia la Navidad.  De las espadas forjar arados y de las lanzas, podaderas, es una invitación a dejar de lado todo rastro de agresividad en nuestra conducta, para pertrecharnos “con las armas de la luz”.

La segunda lectura lo dice con una imagen todavía más fuerte: “Vestíos del Señor Jesucristo”.  Afortunadamente la Navidad sigue celebrándose en público, fuera de las casas y de las iglesias.  Es una fiesta que los cristianos podemos ofrecer también a los que siguen otras creencias o que viven prácticamente sin Dios.  Y hemos tenido suerte, porque sin grandes discursos, la Navidad representa lo más auténtico del evangelio: luz, paz, encuentro mutuo, cercanía humana, fiesta de familia.

Vestirse del Señor Jesucristo requiere que en todo tiempo, a lo largo del año, mantengamos ese mismo testimonio y vivamos con los brazos abiertos para acoger y ayudar solidariamente a quienes sufren más gravemente la crisis y lo van a tener más crudo para vivir una Feliz Navidad.