Publicado por la revista Vida Nueva
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Llegó a Taizé el verano de 1940. Se colocó desde el principio
en la línea divisoria de la Francia en guerra, allí donde los
humanos levantamos los muros que generan la violencia. Negándose a la
facilidad, aquel 20 de agosto comenzaba en esta colina de la Borgoña
francesa una de las historias más bellas que ha conocido el siglo pasado
y éste. La persona que da origen a todo se llamaba Roger Schutz y lo
sucedido en este lugar le ha convertido para todos en Hermano Roger de Taizé.
La inspiración suscitada a través de estos años le han
dado hondura y universalidad. Este proceso fundacional ha durado hasta el 16
de agosto de 2005, cuando la comunidad ecuménica de Taizé celebraba
sus 65 años de existencia. Ese martes de agosto, el nombre de Roger de
Taizé pasó a los titulares de los periódicos y a los telediarios
de toda Europa y de otros continentes. Se avisaba de su muerte con cierto dramatismo;
pero en la colina todo tenía otro sentido: Roger y la comunidad asistían
a un nuevo nacimiento.
Fue en la oración del atardecer. Nadie podía imaginar nada de
lo ocurrido. El mal siempre busca encontrarnos desprevenidos. De entre los 2.500
jóvenes que asistían a la oración, salió una mujer
rumana, Luminita Solcan, de 36 años, que puso en evidencia la vulnerabilidad
de este anciano de paz; su desprotección al optar servir con un amor
desarmado, incluso a sus 90 años.
José, un joven madrileño, lleno de empuje saltó hasta el lugar donde estaba Roger, pero no pudo impedir lo temido, sólo reducir a la agresora, que no ofreció resistencia. Me hablaba estos días de las dos miradas que en cuestión de segundos hubo de contemplar: la de la violencia y la del perdón. Recordando la mirada de Hermano Roger, insistía: “Sus ojos me decían, perdonadla”.
El hombre que ha buscado con los jóvenes un sentido para la vida, quien ha trabajado insistentemente por la paz de la reconciliación entre los cristianos y entre los pueblos, como una paradoja caía víctima del absurdo y la violencia que nos cerca. El gesto enfermizo de esta mujer desequilibrada terminaba con su vida. Quien buscó siempre ponerse en el lugar del otro, ir hasta donde viven los que no cuentan, los últimos de los últimos, tanto en Calcuta como en el Chile de Pinochet; en el África del Sur o en Haití, experimentaba en sí mismo el mal que hace sufrir a tantos seres humanos sobre la tierra. Hay en su muerte una solidaridad con las víctimas por las que siempre mostró tan activa compasión.
Quienes estamos estos días en la colina de Taizé constatamos una pena honda, pero no tristeza ni desesperanza. Los hermanos son hombres de fe y transmiten una serenidad que deja traslucir la calidad de su vocación. En el corazón de lo que quieren vivir hay una fuerte llamada al perdón y la reconciliación.
Cuando uno empezó a venir a Taizé, en los años 70, y ve lo que ocurre ahora, en el 2005, se sigue sorprendiendo ante la misma calidad en la acogida y la misma actualidad a la hora de transmitir lo esencial. Pero los años no han pasado en vano. Los que ahora acuden a Taizé son más numerosos, más internacionales, más ecuménicos. Taizé sigue viviendo el hoy de Dios como un camino abierto.
Verdaderamente el Hermano Roger ha abierto un camino. Y por él siguen iniciándose historias de seguimiento. En la noche del sábado 27 de agosto, un joven argentino, Leandro, entraba en la comunidad tomando el hábito de hermano en la oración del atardecer. Había sido preparado por el Hermano Roger, la fecha había sido decidida con él, y la comunidad lo ha acogido y celebrado como un signo de que su alegría continúa.
La iglesia de la Reconciliación está inundada de un silencio que transmite afecto. Algo similar ocurre en los campos acondicionados para seguir las exequias. Ni el sonar de las campanas rompe esta quietud. Llueve sobre la colina, pero no importa. La prensa local ha dicho que “el cielo lloraba sobre la colina”. Una gran pantalla ofrece las imágenes de lo que ocurre en el templo. También lo transmiten las televisiones alemana, francesa, rumana, holandesa e italiana. Y por Internet. Más de 10.000 personas han acudido hasta la colina para acompañar al Hermano Roger en su última peregrinación. Dentro hay un espacio para las personalidades religiosas y civiles. Entre ellas, José Vilaplana, obispo de Santander, y Joan Enric Vives, obispo de Urgell.
Había otro lugar para los que fueron niños adoptados en Taizé al final de la Segunda Guerra Mundial. Estaban junto a quien fue para ellos como una madre, Genevieve, la hermana de Roger. Mayor que él y la única de siete hermanas y un hermano que sigue vivo. Ahí estaba Guy Mottard, que ha contado a la prensa local lo que supuso para él y su hermano ser acogidos en la casona de Taizé en aquellos años de hambre y abandono. Estaba también Marie Sonaly, ya una mujer adulta, pero que fue la niña enferma confiada por Madre Teresa de Calcuta al Hermano Roger durante una de sus visitas.
Como una continuidad de la comunidad, una representación de los jóvenes permanentes que llevan el peso de la organización de los encuentros en la colina. Y las hermanas de San Andrés, de espiritualidad ignaciana, que participan en la acogida y en el ministerio de reconciliación de Taizé.
Muchos amigos de la comunidad. Porque son muchos los que pueden decir que
su historia personal está ligada a la de esta comunidad. La historia
de Taizé está tejida con la de muchos hombres y mujeres de hoy
mismo. He visto a muchos adultos y ancianos pasar ante el féretro y detenerse
a rezar. El Hermano Roger ha sido el hombre capaz de tratar a cada uno como
un ser único. Cientos de historias de solidaridad que nunca serán
publicadas pero que estos días han vuelto a la colina de Taizé.
Por última vez vimos entrar y salir en procesión al Hermano Roger
en la iglesia de la Reconciliación. Esta vez, llevado por sus más
jóvenes hermanos. Cuatro jóvenes permanentes abrían la
procesión. Un francés, un argentino, un indonesio y un senegalés.
Después del cantar Dios no puede más que darnos su amor, el nuevo
prior, Hermano Aloïs, decía unas palabras de acogida en las que
explícitamente pedía el perdón para la persona causante
de la muerte del Hermano Roger.
El Hermano Aloïs, dijo: “El Hermano Roger ha abierto un camino... Con frecuencia repetía estas palabras: ‘Dios está unido a cada ser humano, sin excepción’. Esta confianza guía y guiará la vocación ecuménica de nuestra pequeña comunidad… Hermano Roger tenía en su corazón a todos los humanos, de todas las naciones, en particular los jóvenes y los niños. Quisiéramos continuar en su seguimiento. Hermano Roger volvía constantemente a este valor del Evangelio que es la bondad de corazón. Ésta no es una palabra vacía, sino una fuerza capaz de transformar el mundo, porque a través de ella, Dios actúa. De cara al mal, la bondad de corazón es una realidad vulnerable. Pero la vida entregada de Hermano Roger es una garantía de que la paz de Dios tendrá la última palabra para cada una y cada uno sobre nuestra tierra”.
Terminó su alocución de acogida con esta oración:
“Dios de bondad,
confiamos a tu perdón a Luminita Solcan que, en un acto enfermizo,
ha puesto fin a la vida de nuestro Hermano Roger.
Con Cristo en la cruz te decimos:
Padre, perdónala,
ella no sabe lo que ha hecho.
Espíritu Santo,
te pedimos por el pueblo de Rumanía
y por los jóvenes rumanos
tan amados en Taizé.
Tú, Cristo de compasión,
nos das estar en comunión con aquellos que nos han precedido,
y que permanecen tan próximos.
Ponemos en tus manos a nuestro Hermano Roger. Ya contempla
al Invisible. Tras él, nos preparas para acoger un resplandor de tu claridad”.
Antes de iniciar la eucaristía el cardenal Walter Kasper, habló para la comunidad y todos los presentes. Comenzó diciendo que Hermano Roger ha sido “uno de los grandes maestros espirituales y también padre espiritual de nuestro tiempo y ha transmitido una irradiación de amor y de esperanza en torno a él, mas allá de las fronteras y de las divisiones de este mundo”. Habló de dos fracturas que hacían sufrir al Hermano Roger. Una, “las divisiones entre cristianos… Él quería vivir la fe de la Iglesia indivisa, sin romper con ninguno, en una gran fraternidad”. Afirmó que “la primavera del ecumenismo ha florecido sobre la colina de Taizé, en esta iglesia de la Reconciliación…” La segunda fractura es “la división entre pueblos y naciones, entre países ricos y pobres. Toda forma de injusticia o de abandono le entristecía profundamente”.
La celebración, de marcado acento ecuménico, continuó con la liturgia de la Palabra. La primera lectura (Isaías 49,8-10) fue leída por el obispo anglicano Nigel McCulloch, de Manchester, representante del arzobispo de Canterbury. Con el salmo 116 cantamos Elle coute aux yeux du Seigneur la mort de ses amis. La segunda lectura (Colosenses 3,1-4) fue leída en francés por el pastor Jean-Arnold de Clermont, presidente de la Conferencia de las Iglesias Europeas. En alemán, por el obispo luterano Huber, presidente de la Iglesia Evangélica de Alemania. Tras la proclamación del evangelio (Mateo 28, 1-8) un largo y sereno silencio inundó el templo y la colina.
Alrededor del Hermano Roger ninguna cuestión sobre confesiones eclesiales, en torno a él, hombres y mujeres en la comunión de un mismo amor a Cristo.
¿Valdrá la muerte del Hermano Roger para tomarse en serio su
insistente petición: ¡Reconciliémonos!
El responso final fue cantado por el obispo vicario metropolita Ortodoxo Rumano
de Europa Occidental y por el arcipreste Mikhail Gundiaev, representante del
Patriarca ortodoxo de Moscú. Y como en la celebración pascual,
fueron apareciendo velitas encendidas en las manos de todos los asistentes,
a la vez que cantamos Christe, lux mundi, qui sequitur te habebit lumen vitae.
Así cruzó por última vez el Hermano Roger la iglesia de
la Reconciliación. Llevado en procesión por la colina para que
pudiesen decir su último adiós a todos. Fue depositado en el cementerio
de Taizé, junto a su madre y los hermanos que le han precedido en la
muerte. Como uno más, bajo una sencilla cruz de madera con la indicación
‘Fr. Roger’. Desde ese día se suceden las visitas y el lugar
ha pasado a ser espacio de peregrinación.
La pregunta sobre si el Hermano Roger es católico se ha vuelto a poner
estos días sobre la mesa. Ya ocurrió cuando en los funerales del
Papa Juan Pablo II, el entonces cardenal Ratzinger, le daba públicamente
la comunión en la plaza de San Pedro. Pero el Hermano Roger comulgaba
desde finales de los años 60. Juan Pablo II, siendo arzobispo de Cracovia
y después como Papa en su capilla particular o en la misma basílica
de San Pedro, le dio repetidas veces la comunión.
Los que conocen y acompañan la historia de Taizé saben que hace
muchos años toda la comunidad y Roger viven con equilibrio y creatividad
un proceso que les ha llevado cada vez más lejos. Desde el año
1969 la comunidad y el Hermano Roger reconocen el ministerio confiado al obispo
de Roma. Iniciando una relación que ha sido especialmente cuidada por
los papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, que vino como un peregrino más
a la colina.
Con motivo de la muerte de Roger, el Papa Benedicto XVI ha dicho que el mismo
día de su muerte había recibido una carta del Hermano en la que,
después de justificar su ausencia en la Jornada Mundial de la Juventud
en Colonia por su salud precaria, le dice: “Quisiera encontrarme con usted
para decirle cuánto desea nuestra comunidad de Taizé caminar en
comunión con el Santo Padre”, y termina su carta escribiendo de
su mano “Tres Saint Pere, soyez assuré de mes sentiments de profonde
communion”.
A la vez, el Papa Benedicto XVI, en su reunión de Colonia con los representantes
ecuménicos de las Iglesias y comunidades eclesiales de Alemania, presentó
el modelo de ecumenismo vivido por el Hermano Roger, del que habló como
“el gran pionero de la unidad”. Dijo que “le conocía
personalmente desde hace tiempo y tenía con él una relación
de cordial amistad. Con frecuencia me visitó y, como ya dije en Roma,
el día de su asesinato recibí una carta suya que me ha llegado
al corazón, pues en ella subrayaba su adhesión a mi camino y me
anunciaba que quería venir a verme…”. “Creo que deberíamos
escucharle, escuchar desde dentro su ecumenismo vivido espiritualmente y dejarnos
llevar por su testimonio hacia un ecumenismo interiorizado y espiritualizado”.
Como bien dijo en la iglesia de la Reconciliación el cardenal Kasper,
el Hermano Roger “quería vivir la fe de la Iglesia indivisa, sin
romper con ninguno, en una gran fraternidad”. Esta manera creativa de
vivir la universalidad abre un camino que implica un lenguaje nuevo, una nueva
manera de acogernos los unos a los otros. En un contexto así no cabe
el concepto “conversión”.
Fui testigo, en las navidades de 1980, ante miles de jóvenes, cómo
el Hermano Roger le dijo a Juan Pablo II en el Vaticano: “Por mi parte,
tras las huellas de mi abuela, sin ser por tanto un símbolo de reniego
para nadie, encontré mi propia identidad de cristiano reconciliando,
en lo profundo de mi ser, la corriente de fe de mis orígenes protestantes
con la fe de la Iglesia católica.”
Llevado del sentido universal del mensaje fraterno de Jesús, buscaba
no romper la comunión con nadie. Esto lo comprendió bien Juan
Pablo II que, cuando visitó Taizé el 5 de octubre de 1986, en
un encuentro con la comunidad, dijo a los hermanos:
“Queriendo ser vosotros mismos una ‘parábola de comunidad’,
ayudaréis a todos los que encontréis a ser fieles a su pertenencia
eclesial, que es el fruto de su educación y de su elección consciente,
pero también a entrar cada vez más profundamente en el misterio
de comunión que es la Iglesia en el designio de Dios”. Y ese respeto
al don personal se ha vivido y se vive en Taizé, a la vez que dejan presentir
un futuro de catolicidad reconciliado. Por eso carece de sentido esa pregunta,
está fuera de lugar.
Roger escribió: “¿Cómo anticipar una reconciliación?
Empezando por reconciliar en ti mismo lo mejor de los dones depositados por
Dios en el pueblo cristiano durante dos mil años de peregrinación…”.
“La comunión implica el descubrimiento de los dones depositados
en los otros. Si cada uno afirma no tener necesidad de los otros, si cada uno
quiere aportar todo sin recibir nada, la reconciliación no llegará.”
Nadie duda que el Hermano Roger es insustituible. Su persona y su obra han sido un verdadero don para la Iglesia. Quizás insuficientemente tomada en serio, por su estilo no impositivo. Su muerte ha sacado a la luz toda la fuerza y aportación de su vida. Este reconocimiento lo encuentro en afirmaciones como estas: “abogado incansable de los valores del respeto, tolerancia y solidaridad, en particular con los jóvenes” (Kofi Annan); “la vulnerabilidad que él cultivó como una puerta por la cual, con preferencia, Dios puede entrar en nosotros” (general de la Orden de los Cartujos); “no sería una exageración decir que el Hermano Roger ha sido el abogado más grande de la reconciliación entre las Iglesias cristianas desde el tiempo de las dolorosas divisiones de la Reforma” (The Independent); “él ha fundado una parcela de humanidad. Como reinventar una manera de ser humano con las palabras de todos” (La Croix); “hay muy pocas personas en cada generación que lleguen a transformar en profundidad el clima de una cultura religiosa; esto es lo que ha hecho precisamente el Hermano Roger” (Rowan Williams, arzobispo de Canterbury).
En 1992, se le concedió la distinción Robert Schuman, y con esta ocasión la secretaria general del Consejo de Europa, entre otras cosas, le decía: “La Europa institucional, la de las organizaciones nacionales, la de los Estados, la de los políticos, la de la cultura, la de los negocios, la de los poderosos, y también la Europa de los pueblos, la de las personas humildes, la de los pobres –que son muchos–, todas estas Europas precisan personas como usted que no poseen más que su fe y su corazón”. Y es que en ningún otro lugar se ha construido tanto la ciudadanía europea derribando barreras como en los encuentros de Taizé y en los encuentros europeos cada fin de año, siempre sin olvidar la solidaridad con toda la familia humana.
A todos los asistentes se nos entregó una pequeña foto del querido Hermano Roger. En ella su sonrisa y su mirada de hombre íntegro. No ha sido fácil su peregrinación pero sí hermosa. Un fragmento de su diario viene a mi memoria: “Jamás olvidaré una noche de verano en 1942. Yo estaba todavía solo en Taizé, escribía sobre una pequeña mesa. Estábamos en guerra… Aquella noche, enfrentándome al miedo que roía mis entrañas, en una oración de confianza le dije a Dios: ‘Aunque me quiten la vida, sé que tú, Dios vivo, continuarás lo que se ha iniciado aquí…”. Y ello es verdad, Taizé continúa el camino abierto por este hombre de comunión.
En el reverso de su foto, una oración: “Espíritu Santo,
que habitas cada ser humano, vienes a depositar en nosotros estas realidades
del Evangelio tan esenciales: la bondad del corazón y el perdón.
Amar y expresarlo con nuestra vida, amar con la bondad del corazón y
perdonar: ahí tú nos das encontrar una de las fuentes de la paz
y de la alegría”.
José Miguel de Haro. Taizé
De origen alemán y de nacionalidad francesa desde 1984, católico, el Hermano Aloïs es el nuevo prior de la comunidad de Taizé. Nació el 11 de junio de 1954 en Baviera, pero sus padres nacieron y crecieron en lo que entonces era Checoslovaquia. Después de varias visitas a Taizé se quedó durante muchos meses como permanente para participar en la acogida a los jóvenes. Recibió el hábito de oración de la comunidad en 1974. Desde entonces ha vivido en Taizé. Como permanente y como hermano hizo muchos viajes por los países de Europa central y oriental para sostener a los cristianos de esas naciones entonces bajo la influencia soviética.
Conforme a la Regla de Taizé, que había sido publicada en 1953,
el Hermano Roger lo había designado, con el acuerdo de los hermanos,
como sucesor durante el consejo de hermanos hace ocho años. El Hermano
Roger había anunciado a la comunidad, a principios de año, su
intención de pasar su cargo en los próximos meses.
Estos últimos años, el Hermano Aloïs ha coordinado la organización
de los encuentros internacionales en Taizé y los Encuentros Europeos
en varias capitales del continente.
Interesado por la música y la liturgia, siempre ha consagrado mucho de
su tiempo a escuchar y acompañar a jóvenes.
Desde Taizé, José Miguel de Haro
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