27 de marzo.
Tercer Domingo de Cuaresma
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del libro del Éxodo 17, 3-7.
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?»
Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.»
Respondió el Señor a Moisés: «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.»
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 94.
Antífona: Escucharemos tu voz, Señor.
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras.»
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8.
Hermanos:
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42.
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se trataban con los samaritanos.
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En aquél pueblo muchos samaritanos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.».
Comentario a la Palabra:
En Espíritu y Verdad
Juan – o como se llamara en realidad “el discípulo amado” – fue un amigo de Jesús que pasó su vida meditando los recuerdos de aquellos años intensos pasados con él. Fundó una comunidad cristiana peculiar, capaz de producir una narración de los acontecimientos bastante distinta a la que encontramos en Marcos, Mateo o Lucas. El pasaje de hoy está tomado de ese Evangelio.
La historia que hemos leído cuenta los orígenes de un pequeño milagro: Una comunidad cristiana en Samaria. Que los samaritanos hubieran aceptado el mensaje del Mesías judío era algo que aún décadas después, en el momento de componerse el relato, seguía pareciendo asombroso.
Los samaritanos creían – como los judíos – en la Toráh como la revelación del Dios único YHWH. En realidad, judíos y samaritanos eran muy parecidos, pero quizás por eso mismo se odiaban ferozmente (un poco como católicos y protestantes hace no tanto). La diferencia que los separaba era que los judíos afirmaban que había que dar culto a Dios en el Templo de Jerusalén, mientras que los samaritanos defendían que el lugar para adorar a Dios era el Monte Garizim: allí habían construido su propio templo.
Después del exilio de Babilonia, los samaritanos se habían opuesto a la restauración de Jerusalén y en el siglo II a.C. habían ayudado a los sirios en la guerra contra los judíos. Los judíos por su parte habían atacado e incendiado el templo samaritano en el año 128 a.C. Un año, a comienzos del siglo I, los samaritanos esparcieron huesos humanos en el Templo de Jerusalén, impidiendo así la celebración de la Pascua. Eran, por tanto, no solo herejes, sino enemigos.
En los orígenes de aquella comunidad cristiana de samaritanos hay una mujer y un encuentro.
Jesús atravesaba – quizás un poco imprudentemente – aquella región habitada por enemigos de los judíos. Se paró junto a un pozo a descansar, y le dejan solo. Los pozos en la Biblia son como las discotecas: un lugar donde se puede ligar [me temo que esto de la discoteca delata mi edad, los jóvenes hoy tienen otras estrategias]. Jacob había conocido a Raquel, el amor de su vida, junto a un pozo (Gn 29,9-18).
Jesús se encuentra con la chica, la samaritana: Hablan de todo un poco, pero finalmente llegan a la cuestión esencial que divide judíos y samaritanos: Dónde se debe adorar a Dios, en Jerusalén o en el Monte Garizim.
En una sociedad secularizada como la nuestra, discutir sobre cómo rendir culto a Dios puede parecer “no tan interesante”, pero el ser humano ha sido creado para dar gloria a Dios: “La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios” (S. Ireneo de Lyon). No puede haber tema de conversación más interesante.
Jesús le dice a la samaritana que esa división por culpa de un desacuerdo en el lugar de culto está a punto de ser superado: “Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad”
A veces se ha entendido lo de “adorar al Padre en espíritu y verdad” como un culto puramente “interior”. Según esta interpretación, son los diversos rituales los que crean divisiones; en el “interior” todas las religiones serían iguales. De ahí se deduce que la religión sólo es tolerable mientras sea un asunto privado, pero el evangelio no se deja encerrar tan fácilmente.
La expresión “Espíritu y verdad” es una hendíadis, una figura retórica que consiste en la expresión de un único concepto mediante dos términos coordinados. En el evangelio de Juan, Jesús es la verdad y es Él también el que concede el Espíritu que da testimonio de esta verdad: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15,26).
El culto en “Espíritu y verdad” es relacionarnos con el Padre según el Espíritu de Jesús, que ha venido para sustituir el Templo con su propio cuerpo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré de nuevo… El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo” (Jn 2,19.21).
El lugar para adorar a Dios es el cuerpo de Jesús: Dios quiere ser adorado en el cuerpo de Jesús, muerto y resucitado; presente en la eucaristía, presente en la Iglesia y presente en los cuerpos malnutridos, enfermos y heridos de los pobres. Ese es el culto en Espíritu y verdad. Jesús viene a traer una nueva comunión que supera las viejas divisiones, no por una eliminación de lo “material” en aras de una espiritualidad “interior”, sino porque en la radical solidaridad de Dios con cada ser humano descubrimos que lo urgente es la reconciliación.
Mientras escribo estas líneas, José Miguel está en Puerto Príncipe, escribe desde allí: “Los campos de desplazados son cada vez más una herida abierta que nadie cura”. Los cuerpos heridos en Japón por la violencia de la naturaleza, los cuerpos enfermos en Haití por la desidia humana, los cuerpos machacados por la violencia de las armas en Libia, y ese cuerpo herido que es también la Iglesia, son otras tantas oportunidades de adorar a Dios en Espíritu y verdad.